Creo que volví

“Me he quejado en voz alta desde que me convertí en madre…” Daniela Rea Gómez

Sábado 21 de octubre, 6:40 am

En múltiples entradas he dicho cómo he entendido el tiempo en estas dos últimas temporadas de la vida, aclarando siempre que no es por olvido propio sino por la facilidad, pero me di cuenta que ya no es así, tal vez no de la mejor manera, pero ya no es así.

Hace poco más de una semana me descubrí envuelta en tres historias. Daniela Rea, Terry Tempest Williams y Rosa Montero me acompañaban. Era viernes, llevábamos dos días sin auto y Dante conoció el Metro.

Era viernes y se avecinaba la llegada de mi hermano, el picnic nocturno, la carrera contra las adicciones, el día de asador en el Ajusco, solo uno de ellos no tenía el riesgo de ser interrumpido por mi guardia de fin de semana, así que mi corazón latía fuerte por lo mismo ¿tendría que faltar a todos los planes?

Tomamos el Metrobús para ir al deportivo, Dante dormía en la mochila ergonómica, esa que aunque las creadoras le echaron ganas en un diseño a favor del cuerpo de las infancias que son metidas en ellas, las personas se aferran a llamar canguro, esos cargadores antaños que a más de una le lastimaron la columna, la cadera o las rodillas. En fin, era el día dos de Metrobús y durmió plácidamente en mi pecho, fue entonces que Cuando las mujeres fueron pájaros comenzó a acompañarme.

Nos encontramos con mi madre, esa humana que siempre tiene pila y sonrisa para su par de nietos. Lo vio dormido y su cara fue de decepción (¿acaso no soy suficiente para mi madre?, pensé). Por lo regular comemos juntas y después ella juega con D para que yo pueda tomar una clase de spinning, fuerza, corra o como ese día, camine. Y es que había pasado un mes prácticamente sin ejercicio, un choque en Tlalpan y una caída en la oficina dejaron un esguince en el cuello y dolores profundos en la cadera, lo más que podía hacer era caminar. También habría podido nadar, pero en este periodo D tuvo gripe.

Seguimos nuestro camino, ella se fue a su clase de danza, nosotros nos sentamos en la sala de los vestidores. Seguí leyendo encontrando tanta conexión con las palabras de Terry, logré disfrutar poco más de 60 páginas y sucedió, mi hije despertó y con un ojo localizó su lonchera, se movió muy rápido en señal de ser liberado por mis brazos y pidió comer. Estuve ahí alimentando a la criatura que parí, llevaba más de año y medio sintiéndome una mentirosa cada vez que lanzaba un “parí” en cualquiera de sus combinaciones, pero una de las conversaciones que dio Esther Vivas en CDMX me legitimó al usar ese término a pesar de que Dante tuvo que nacer por cesárea.

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Bueno, comió y mi madre llegó para llevarlo a jugar, D no quería, D me jalaba, se abrazaba a mi y gritaba mamá. Le pedí a mi mamá que volviera a su clase, comenzamos a caminar intentando averiguar a qué le temía Dante, mi mamá le explicó que iría a caminar, que si me esperaban juntos, él comenzó a darme el adiós con la mano y se fueron.

Ahí entró Fruto, con voz dulce pero con cifras y sucesos duros caminé 3.5 kilómetros “Haber visto el infierno y haber salido, es además de un horror, un privilegio”, lloré.

Cifras que me horrorizaban, anécdotas en las que reflejaba, miedo pero necesidad de seguirle escuchando hasta que tuve que pausar y buscar algo que me sacara del trip, Rosa Montero con voz ronca y un “dolencia mental no incapacitante” me ayudó a volver más ligera al encuentro con mi estirpe.

El sábado muy temprano regresé a Rosa, pasaron las horas y puse la conversación de Esther Vivas con Gina Jaramillo y Eréndira Ibarra. Aquella para la que me quedé en lista de espera. Mi hermano cuidaba a Dante, mi madre nos procuraba a los 3 y regañaba a Luna, nuestra vieja pastora inglesa que resultó más ansiosa y demandante que su marido o cualquiera de sus hijos y nietos.

El día avanzó, escuchaba de nuevo Fruto y lloré tanto, pausé y le regresé. Pedí a mi mamá que escuchara, es la historia de una reportera madre autónoma a la que entrevistó Daniela, ella describía un día a lado de su hija y las veces que es rebasada, las veces que casi de manera involuntaria le ha gritado y la culpa que le acompaña. Dante interrumpió con gritos, nos bañamos y la puse en el auto. Mi hije gritaba para ser el centro de atención, yo reproducía para explicarle a mi madre como me he sentido, lloraba tal vez de “alegría” por saberme “acompañada” en ese sentimiento que he llegado a creer una exageración, sobrepensamiento, una pachequez o miedo irracional.

Pablo me miraba con compasión cuando me subí al auto, les había dejado escuchando mientras me bajé por chapatas para el picnic. Platiqué mucho con mi mamá, ella también poco a poco le ha rascado para desmitificar el papel de madre, le pregunto y le explico porque ciertas cosas no son normales, le pido poner límites aunque me descubro sobrepasándolos. Hablamos del trauma de parir, hablamos del amor desbordado, de los diferente de nuestras historias pero lo iguales en ciertos puntos, hablamos mucho hasta que llegamos al bosque. Mi madre de nuevo se decanta en juegos y amor por los dos P y D. Yo disfruto las pitazas que mi prima Itzel horneó.

Mi madre se cansa pero sigue, una pelea recurrente entre nosotras para que aprenda a parar, la misma que tiene Bibiana conmigo.

Bibiana, mi partner in crime

Desperté 6am el domingo, hacía mucho frío y me volví a dormir. En mis sueños apareció Diana, ella había promocionado la carrera, me vestí y me fui convencida que correría 10 km con Daniela. Ya en el estadio Tapatío me di cuenta que no, que necesitaba música feliz para lograr la distancia con un tiempo decoroso. Vi a Dulce Dianita, ella es una morra de la que por Reactor supe de su existencia en mis tiempos de universidad, a quien ahora veo en streaming o escucho en pódcast, la llamo “amiga personal” y resultó ser amiga de Loops, una madre viuda como yo, la única madre viuda que conocía y la que me sostuvo hasta abril pasado que su cuerpo se cansó. La realidad es que todavía me sostiene, la que se hubiera enojado por mencionarla aquí pero que se fue sabiendo que era mi ejemplo y guía. Total, DD me dio mi kit, nos abrazamos y corrí. Terminé antes del minuto 60, ella y mi par de ídolos de la radio/pódcast me grabaron. En mi mente sentí que cerré con todo, el video lo desmiente pero llegué antes de una hora y para mi está bien.

Había que ir a desayunar, en mi familia las rutas, los horarios y el orden no son nuestro fuerte, para alguien como yo, que busca estructura es angustiante, pero trabajo en la paciencia. A mi hermano lo sobrepasó, de repente estábamos en un auto con destino pero con caos. La cabeza comenzó a dolerme, no fue la carrera, mientras los esperaba tenía mucho frío, pasaron casi 90 minutos de espera en el gélido CU y solo tenía playera.

Desayunamos delicioso, no paraba de pensar y analizar, la cabeza me dolía pero trataba de disfrutar porque son pocas las veces al año que estamos en un mismo punto los 5. Los niños disfrutaban, los abuelos disfrutaban, mi hermano y yo estábamos ¿absortos? No pude más y en el regreso me dormí, desde el inicio de los tiempos he sido la copiloto de mi padre.

Buscamos una panadería El Globo, aquella de la que el padre de mi padre siempre nos compraba pan y cigarrillos de chocolate. Volvimos a casa y me dejaron dormir, el moco fluía y mi garganta se cerraba. Nos regresaron al depa, parecía más un campo de batalla que hogar, mi hermano regó mis plantas y se fueron. El baño de D, su leche y esperar a que cayera en el sueño profundo para poder bañarme y alistar la semana.

El lunes no pude parar de escuchar Fruto y quería llegar a leer pero fue ahí donde lo entendí. Cuando leo/escucho tantos libros es porque busco escapar, asumí que no era lo que quería y es que ni modo de tirar la inversión de la terapia a la basura. Recordé, me recordé que puedo parar y colapsar, comencé decidiendo sobre un audiolibro el lunes, ese día ya era una enferma confirmada. De regreso a casa, un sujeto nos siguió a la farmacia, le llamé a Jordi y fue por nosotros, nos acompañó mientras llegaba el Uber.

Mantuve uso de cubrebocas y entonces, después de hacer monitoreo nocturno, decidí no ir al deportivo el martes. Ya entrado el martes, decidí que organizaría el hogar por etapas y descansaría.

El miércoles colapsé y le escribí a Kobe que no estaba pudiendo con la vida. Se dio tiempo y con palabras amables me contuvo, luego lanzó una frase que me atribuye sobre su persona y terminé llamándole tonto. A la par Dante saltaba en el sillón, a la par me di cuenta que mi hije avanzaba en su desarrollo, me di cuenta que flexibilizar y poner límites no se contrapone. No vino ninguna policía de la crianza respetuosa.

La vida siguió, Dante ahora llora cuando tenemos que abandonar la oficina, Dante se enoja porque no lo dejo lanzar un banco, hablo con él y le explico por qué no debe lanzarlo, me ignora y sigue volando el pequeño banco azul de plástico que mi antecesora dejó porque ahí reposaba sus pies pero que hoy mi hijo usa como uno de sus juguetes principales. Levanto el banco y nos vamos. Al día siguiente le pregunto si dejara de lanzarlo y me revira con un rotundo NO. Jordi riendo celebra su honestidad.

Ya es jueves y acabé Fruto, qué maravilla de libro. En el inter voy promoviéndolo, pareciera que me volví monotemática y ahora solo leo sobre maternidad y crianza; sin embargo, descubrí que ahora necesito revalorarme como hija. Después de no sé cuánto tiempo, duermo poco más de 9 horas. No vino ninguna policía de la productividad.

Me permito elegir desayunar chilaquiles con carnitas, beber café y comer pan de muerto mientras ideo estrategias y campañas en viernes. No vino la policía del buen comer. Es más, en toda la semana no vino la policía anticolapso, lo platico con Josie mientras me recomienda una película y confieso mis traumas con Anticristo y Huesera. Sigo trabajando y retomo a Rosa Montero, hoy solo vino la dispersión, entonces me detengo.

Recojo a Dante, me dan el reporte de una caída y hay show de talentos. El chavite que parí ha sido testigo desde los 2 meses de vida que a su familia le gusta el basquetbol, a su padre le gustaba pero nunca jugó, el chavite se desvive por anotar canastas. Estamos ahí, afuera de la escuela y no logro convencerlo de participar. Regreso sin usar el balón, los tenis y su uniforme de los lakers. Llegamos a casa, me siento más recuperada, mi mamá irá por nosotros para ir al deportivo, mientras preparo la comida de Dante y pongo en el centro de lavado ropa oscura. Le doy play a Literatura Infantil de Alejandro Zambra.

Organizo todo para esperar el momento en el que llegue mi mamá, alisto a Dante, la ropa limpia que forma parte de nuestro arsenal en la casa de mis padres, sigo escuchando a Zambra y le escribo a Gus que debe darle la oportunidad, me revira que ya lleva dos capítulos de Fruto.

Minutos antes de que Margot llegue, escucho esto: “Nos comparamos con nuestros padres a pesar de que ya no podríamos ser iguales a ellos ni esencialmente distintos de ellos”.

Suena el timbre, llamo a Dante, los ojos le brillan, empiezan a jugar mientras se acaba el ciclo de lavado. La luz verde, levanto la tapa y toda la ropa oscura está llena de pedazos de papel higiénico, intento no enojarme de más, solo pregunto por qué, termino de sacar y una bolsa de kleenex aparece. Le pido a Dante buscar a roomba, a veces le asusta y me contesta que no, le explico lo que sucedió y comienza con mi madre a buscarla. La dejamos trabajando.

Volví a hacer spinning, mi hijo jugó más allá del departamento, vamos a bañarnos, empiezo a platicar con la hija de Carmelita y mamá de Carmen, ellas se han desvivido de amor por D; ella es más dura pero le causa gracia verlo. Sale a la plática el papá de D, ella no sabía que había muerto, la conversación sigue y me pregunta si quiero volver a casarme, le digo que no sé, que apenas me estoy volviendo a sentir yo después del trauma de enviudar y el trauma de maternar. Regularmente es parca y me avienta una sonrisa que siento honesta y complementa con un lo vas a lograr, veme a mi, 13 años de ser madre.

Es sábado, siento que volví a ser yo, D y C son indispensables en mi historia, mamá y papá también lo son, mi hermanito lo es, Pablo también, pero hoy ninguno es el protagonista.